jueves, 10 de marzo de 2016

La primera vez

Yo le estaba contando que mis padres me habían educado para nunca decir malas palabras ya que se le hacía raro que no maldijera; era mi manera de hacerle entender que simple y sencillamente no me nacía decirlas, y que con el simple hecho de pensarlas, me sentía culpable. Me mira con asombro y veo en sus ojos una chispa de ilusión que me aterra... Y mientras saco mi teléfono de mi mochila, le cuento sobre mis amistades (porque siempre presumo a todos mis amigos con los demás). Es entonces cuando le externo mis sentimientos acerca del hecho de que casi no los veo. Le comento que deseaba ir al cine el fin de semana siguiente y que mandaría un mensaje a dos amigos con quienes suelo ir (quienes rara vez hacen caso a mis textos). Le hago una mueca para darle a entender que me dispondré a escribir el mensaje  y cuando bajo la mirada para comenzar a redactar, me arrebata el celular.

Se aleja de mí con una sonrisa burlona y con mi teléfono en su mano; yo no comprendo lo que sucede. Ya está como a ocho metros de mí y voltea a verme riéndose y diciendo "¿les ibas a escribir un mensaje para ver 'qué plan este finde'?... ¡Así nunca te van a contestar! Tienes que hacer algo para que tu mensaje llame su atención y te hagan caso". Sigo sin comprender y se lo hago notar con una mueca. Se ríe a carcajadas estando todavía a ocho metros de mí y dice "les voy a escribir '¿qué pedo con ustedes que nunca me contestan?'"... Y es en ese momento cuando me doy cuenta de sus intenciones. Siento al instante un pánico tremendo puesto que odio esa expresión y sin siquiera pensarlo corro hacia él para quitarle mi celular antes de que mandara el mensaje. Intento arrebatárselo de las manos pero no me deja. Levanta su brazo izquierdo con el teléfono en la mano y yo intento alcanzarlo. Y es entonces cuando me doy cuenta de cuáles fueron sus intenciones reales desde un principio.

Para cuando acuerdo, estoy a diez centímetros de su rostro y se me olvida el mensaje y se me olvida el celular... Se me olvida todo. No puedo respirar; no me puedo mover; no puedo parpadear... Estamos cerca el uno del otro por primera vez.

lunes, 22 de febrero de 2016

278 Segundos (Parte II)

¿Recuerdan al chico que observé 278 segundos? Yo también. Aun no logro olvidar su boba sonrisa y su horrible sweater naranja. Después de ese encuentro que no lo fue realmente, instantes después, me sentí como suspendida en el aire y cada vez que alguien intentaba decirme algo, yo no hacía caso. No tenía cabeza para nada. Sólo podía recordar su carita, sus ademanes y su sonrisa que esbozaba entre palabras. Eventualmente tuve que irme a casa; no había nada más para mí; dudaba volverlo a ver… Nadie corre con la misma suerte dos veces.
Los siguientes días mi cerebro adoptó la rutina de recordarme todo lo que me llamaba la atención del chico en cuestión con sueños. Me levantaba en medio de la noche con unas ganas ridículas de abrazarlo y decirle que era un chico extraordinario. Noche tras noche me despertaba una energía que no sabía cómo canalizar, así que opté por llevar un diario. No me dejaba dormir, y ni siquiera estaba conmigo, así que si seguiría despertándome por la noche, que al menos sirviera como inspiración para la novela que tanto deseaba escribir. Pero qué desastre… Así pasaron los días hasta que el Universo decidió que ya era suficiente y como el destino pensaba lo mismo, nos dieron una segunda oportunidad.
Recuerdo que era jueves y en la escuela nos habían encargado demasiada tarea. Mi recámara era un desastre (como siempre) y si me ponía a trabajar en la sala de mi casa, no podría concentrarme oliendo la comida que mi mamá fuera a preparar. Todas estas excusas son las que me llevaron a un restaurante en el centro de la ciudad que me encanta. Con un ambiente tranquilo, comida deliciosa y exquisito café, era el mejor lugar para terminar mis deberes. Después de resolver (o al menos intentar) problemas por tres horas, la tarea estaba terminada (o al menos lo que comprendía estaba terminado). Al cerrar el último libro que tenía sobre la mesa y guardarlo en mi mochila, suspire profundamente como preguntándome a mí misma “¿y ahora qué?”. Y entonces me di cuenta que en la parte trasera del restaurante había unas repisas con libros viejos (lo notabas por el color amarillento de las páginas y el desgaste de las cubiertas). Bueno, la verdad note esas repisas desde que había entrado; mis ojos son un imán de libros, siempre los noto, hasta en lugares donde no pertenecen (especialmente en lugares donde no pertenecen). Entonces como ya no tenía nada que hacer, me acerco y mientras reviso los títulos que tienen, le pregunto a un empleado que si podía tomar uno. Me dice que sí, y lo hago. Agarré un libro que contiene quince cuentos de Rubén Darío. Nunca lo había leído y pensé que sería una buena idea. Son cuentos cortos así que en un par de horas podría terminar el libro. No tengo nada más que hacer, entonces lo tomo y comienzo a leer. Iba a la mitad del libro y recibo una llamada. Era mi mejor amiga Sara, me dice que levante la vista y cuando lo hago, ahí está, afuera del restaurante. No quería que alguien tomara el libro de la mesa entonces lo regreso a la repisa mientras salía a saludarla. Cuando regreso, me dirijo a tomarlo de nuevo pero ya no está. Me sorprende puesto que la repisa estaba completa, todos los libros estaban ahí, excepto el que yo había tomado. Volteo a mí alrededor buscando quien lo había agarrado, y oh sorpresa, ahí estaba él, con el libro.
Me quede inmóvil. No sabía qué hacer. Estaba a dos mesas de donde me encontraba que son como cinco metro, los cuales son menos que los veinte metros que nos separaban la última vez. El celular resbalaba de mis manos porque comenzaron a sudarme. Aprieto mis labios y parpadeo sin cesar. No me muevo pero mis ojos miran erráticamente alrededor de donde estoy. Sostengo mi respiración porque siento que escuchará mi corazón palpitar y volteará a verme. Ya no aguanto más y regreso a respirar normal. Me parece inútil ir a reclamarle por el libro entonces resuelvo no hacerlo. Decido salir lo más rápido posible. Me volteo para tomar la mochila y al hacerlo, accidentalmente choco con la mesa y un tenedor cae al suelo. Me pongo helada y quiero que me trague la tierra. Rezo para que no haya escuchado nada y cuando regreso la vista hacia su mesa, me doy cuenta de que me está viendo. No puedo dejar de temblar. Me quiero ir. Pero entonces me sonríe, deja el libro en la mesa y viene hacia mí. Mundo por favor desaparéceme. Antes de decirme nada, se agacha, recoge el tenedor y lo pone en la mesa. Me pregunta si estoy bien y con el menor tartamudeo posible le respondo que sí. No sé cómo, pero reuní la valentía suficiente para agradecerle y le doy una pequeña y apenada sonrisa. Me sonrojo y no lo puedo controlar. Me pregunta que cómo he estado y que si había tenido clases ese día. Respondo sus preguntas banales y mientras lo hago siento que sólo quiere ser amable. Estoy confundida, otra vez. Se despide y se va a su mesa. Suspiro profunda y lentamente, cierro los ojos por unos segundos al exhalar, tomo mis cosas y me voy. Nuestra irrelevante conversación daba vueltas en mi cabeza mientras me dirigía a casa. ¿Realmente le interesaba cómo me había ido en la escuela? Después de todo, llevamos siendo amigos desde el semestre pasado.

278 Segundos (Intermedio)

He estado pensando toda la mañana si la historia que publique en la madrugada se trataba del inicio de un amor, o si era sólo uno de tantos esperados inicios. También me pregunté si la narración era de una simple chica enamorada, o de una completa psicópata, porque, enfrentémoslo, nadie cuenta los segundos que observa a una persona. En fin, mi mente realmente no se decide en cómo etiquetar ese instante de lucidez que me permitió escribir algo que realmente gustó. Sólo necesitaba dormir; quería dormir, y la única manera de hacerlo era escribiendo.
En fin, ahora que tengo su atención, como que me tiemblan las manos y las ideas, puesto que no sé cómo empezar la siguiente historia. Me parece que continuaron leyendo porque en cada palabra escrita encontraron algo de ustedes, y tal vez, sólo tal vez, les traje algún recuerdo que los hizo sonreír. Pero pues bueno, dejémonos de rodeos…
Esto me pasó hace tiempo. Yo era nueva en la ciudad y aun me estaba instalando. Tenía el pésimo gusto adquirido del café por mi padre (y digo pésimo porque los buenos cafés no se toman con leche) y el único trabajo que me llamaba la atención era el de barista. Resolví salir a caminar y entrar a la primera cafetería que encontrara, y así lo hice. El nombre del lugar era “El Tulipán” y la verdad, no entendía por qué. Entré y el aroma del café llegó hasta el rincón más profundo de mi cerebro, ese donde se esconden las respuestas de los exámenes. Me acerco al gerente y le expreso mi interés en trabajar ahí. Me dice que una vacante se abrirá la próxima semana y me pide regresar con mi papelería para una entrevista. Lo hago y me dan el trabajo. Me es complicado adaptarme pero como me gusta hacer las cosas bien, acepto la retroalimentación y aprendo de mis errores. Me encanta estar ahí y ver a los clientes sonriendo mientras toman café.
Llevo trabajando en la cafetería por dos semanas y de la nada llega un chico de tez morena, sonrisa pronunciada y mirada inocente, o al menos esa impresión me dio. Le doy la bienvenida y le pido su orden y este chico sólo me mira a los ojos mientras tiembla de nervios. Mi gesto amable se desvanece y mientras busco contacto visual agachando mi cabeza e intentando ponerla frente a la suya, comienzo a imaginar que no pedirá un café. Después de perseguir su mirada como por ocho segundos, se arma de valor y me invita a salir. Me siento confundida y lo rechazo. Me mira decepcionado y se va. Mientras camina hacia la puerta para irse, veo su espalda y la encuentro de cierta manera, linda, y no dejo de mirarla hasta que desaparece en la calle.
Durante los siguientes días no puedo dejar de pensar en su espalda y en cómo su cabello cubría la parte trasera de su cuello. Sé que es ridículo pensar tanto en alguien a quien no conocía y además rechacé, y la verdad, no sé por qué sucedió. Tal vez era la manera en que el Universo me advertía del enorme error que había cometido al negarle la oportunidad de conocerme. Todos los días desde que le dije que no, soñaba con sus mechones de cabello rozando sus orejas y con esa mirada de decepción antes de retirarse. La curiosidad me comía viva, hasta que el destino me dio la oportunidad de reivindicarme.
Un día de tantos, después de aquel arrepentimiento tan grande, este chico se aparece en la cafetería. No nos damos cuenta uno del otro hasta que él está a punto de pedir y yo estoy a punto de darle la bienvenida. Cuando nuestras miradas se cruzan, no podemos terminar nuestras frases y el rápidamente se disculpa (después de una pausa como de tres segundos) y me dice que lo único que quiere es café. Le creo, le sonrío, tomo su orden y le cobro. Sentía un impulso enorme por correr detrás de él y decirle que había pensado en su espalda y en su cabello después de nuestro primer encuentro y es cuando me dirijo hacia él que me doy cuenta que está con otra chica. La manera en la que están sentados me dice todo y justo ahí me detengo… No a pensar, literalmente me detengo, dejo de caminar, y aprieto el trapo que traía en la mano en señal de impotencia. Mi oportunidad había pasado y él estaba en todo su derecho de salir con otras chicas. Siento que se me entumecen las manos de tanto tiempo que apreté el trapo y lo suelto. Miro mis manos, lo miro a él y regreso a trabajar.
No podía dejar de pensar ni en su espalda ni en su cabello y uno creería que la imagen que se quedaría sería la de él con alguien más, pero no, mi cerebro es mucho más complejo. No me va a torturar con algo que me moleste pero me mostrará lo que no puedo tener y lo que pude haber tenido: una linda espalda y una maraña incontrolable.
Eso fue todo. Una ilusión que duró poco; un destino del cual jamás sabré su desenlace; una lección que tal vez me costó el amor de mi vida.

278 Segundos (Parte I)

Desde el domingo estoy muy emocionada porque el lunes sería el primer día de clases. Tenía esta pequeña ilusión dentro de mi corazón de que la suerte estaría de mi lado y de que el universo me ayudaría a obtener lo que deseaba. Me levante por la mañana y escogí la ropa que me pondría basándome en las personas que esperaba ver ese día. ¿Qué clase de persona hace eso? La verdad no lo sabría responder a esa pregunta. Me meto a bañar y al sentir el agua caliente en mi cuerpo, ataco mis preocupaciones cantando letras irrelevantes al momento. Me cubro con la toalla y al hacerlo siento el contraste de aire frío sobre el cuerpo caliente. Me dispongo a vestirme con las prendas que todos verán y nadie recordara. Perfumo mi cuello en caso de recibir un abrazo, humecto mis manos en caso de saludar a alguien y maquillo mi rostro en caso de toparme con gente observadora. Me pongo mis botas que me hacen sentir lo suficientemente industrial como para saborear mi título sin perturbar my badass look.
Una vez vestida, procedo al arreglo de mi cabello. Realmente nunca sé qué hacer con esta maraña que tengo, así que resuelvo sujetarla toda y dejarla colgando sobre mi hombro derecho. Me dispongo a cepillarme los dientes, pero me fijo en la hora y es tarde; mi padre me espera en el coche y no deja de tocar el claxon, inclusive llama a mi teléfono constantemente para que me apure. Dejo el cepillo de lado y bajo a la cocina. Agarro todo lo que pueda comer rápida y fácilmente y lo meto a mi lonchera. Meto todo en mi mochila casi a fuerza, busco mis llaves y me subo al coche con mi papá. Al cerrar la puerta detrás de mí, aún me cosquilleaba el estómago porque no sabía qué esperar de ese día.
Mi papá me deja en la escuela y me desea un buen día. Azoto la puerta del coche esperando asustar la mala suerte que siento me persigue. Me dirijo a mi primera clase del día con este deseo extraño de ver su rostro.
Para no hacerles el cuento largo, me siento vacía en cada clase, en cada profesor presentándose, en cada pizarrón ilegible. No comprendía lo que nadie decía y solo asentaba cada vez que alguien quería entablar una conversación conmigo porque en lo único en lo que podía pensar era en su boba sonrisa.
Ya se extendió mucho esta historia, así que para no quitarles tanto tiempo, eventualmente pude ver su rostro. El no vio el mío. Note su sweater naranja que decía South Beach California en el frente. ¿No te encanta su originalidad? El punto es que yo estaba sentada en una mesa, y por alguna razón sentí la necesidad de levantar la vista y entre una multitud de estudiantes perdidos y aburridos, logre distinguir ese holgado y gastado sweater naranja. Espere unos segundos para poder ver su rostro, porque me daba la espalda, y cuando por fin lo hizo, sonreí como tonta. Él jamás me vio porque estábamos como a veinte metros uno del otro. Había demasiada distancia y gente entre nosotros así que sus ojos jamás notaron mi presencia. Lo miré exactamente 278 segundos, but who’s counting? Todos y cada uno de esos 278 segundos contemplé todos los gestos y ademanes con los que se expresaba. Es increíble lo que puedes llegar a conocer a una persona en 278 segundos. Cuando reía, sus labios tendían a elevarse más a la izquierda que a la derecha. Cuando se sorprendía, levantaba sus parpados y cejas en una expresión que duraba sólo un instante. Si se apenaba de algo, esbozaba una sonrisa pronunciada y bajaba la cabeza. No movía mucho sus brazos, pero cuando lo hacía, era porque contaba una anécdota emocionante.
De repente su silueta desapareció entre la multitud y fue ahí donde sentí una energía que me hubiera permitido privarme del sueño por cuarenta y ocho horas para escribir una novela meramente situacional.

Hago de ti lo que quiero

Que cuando te sueño, hago de ti lo que quiero... Dicen.
Te digo cosas lindas y te ajusto la corbata.Te quito de las comisuras de los labios restos de comida y te acomodo el cabello que tanto me agrada. Te saco las pelusas de tu camisa y con un beso en la mejilla te pongo la sonrisa que desde un principio me deleitó.

sábado, 25 de octubre de 2014

El Secreto (¿Quién? ¿Qué?)

Luz fresca, recién llegada, de siete de la mañana
Umbral que la cortina realizaba con ayuda de la ventana
Disimulo de rayos de Sol que se escabullen de la cortina
Wiskey por la mañana, cual sensación provocaba
Insólito el simple hecho de sentarse ante tal majestuosidad
Nadie poseía aquél derecho, el de postrarse en mi lugar
Gozaban de admirar el vacío en ese banco tan especial

Veían asombrados como los rayos del Sol se reflejaban
Abstracto para muchos, desconocido para otros y deseado para mí
Nunca pensé que tendría el poder de crear tanto con tan poco

Becuadros en lugares incorrectos, y silencios en lugares muy ruidosos
Entiendan que no se me dá; ésto de la música, pero cómo me gusta estar ahî
Es una sensación extraña, que nadie entiende y que no puedo explicar
Todos me dicen que es obsesión, pero no comprenden nada
Hacen de mí una loca de quien Beethoven hubiera compuesto
Oleaje de sentimientos encontrados y perdidos
Velo de frustración que cubre la satisfacción
En la perseverancia me encuentro y te veo
Nunca nadie sabrá, te tocaré, mi secreto serás


viernes, 24 de octubre de 2014

Wish (to forget)

I bled as I fell for the wish to forget.

And he said, he set out, his desires, no respect.

Then they screamed, yes, like in the paint.

They screamed and called out names... They were stressed.

Who? I don't really know; I never knew. It was a mess.

Then it was, when I wished to forget.